martes, 27 de enero de 2009

España como encrucijada Razonalista
“En presentes indeterminados, el futuro siempre escapa cada vez que nos enfrentamos por un pasado determinado” AP
No es infrecuente en estos tiempos, escuchar algunas voces interesadas desde ámbitos políticos de nuestro propio país, predicando algo tan asombroso como la tesis de la inexistencia de España. Es probable, que para cualquier lector medianamente instruido, esta aseveración pueda resultar poco menos que hilarante, considerando que durante un largo periodo de la Historia fuimos la nación más rica y poderosa del planeta, conformando un Imperio, que historiadores tan brillantes y poco sospechosos como Toynbee, definen como un fenómeno sin parangón en la Historia Moderna de las civilizaciones. Sin siquiera considerar extremos culturales, religiosos, o lingüísticos, esta posición históricamente incuestionable, facilitó la lógica aparición de todo tipo de adversarios y oponentes, que como en todos los procesos imperiales de la Humanidad, forjaron (y forjarán) una corriente anti-imperial que en nuestro caso, y entre otros muchos efectos, germinó por ejemplo en la famosa Leyenda Negra. Un atento estudio de la Historia, descubre que las secuelas sociológicas de esta beligerancia nunca son estériles, permaneciendo activas durante largos periodos de tiempo en el imprinting colectivo de dominados y dominadores, y también somatizadas por estos últimos al experimentar los crueles momentos del ensañamiento inherente al desmoronamiento de cualquier sistema de vida, impuesto desde una posición de predominio. El sentimiento de culpa español sobre nuestro pasado, que parte sin duda de esta característica, se ha mantenido (y se mantiene) vivo a lo largo del tiempo, en forma inversa pero proporcional a la significación de nuestro propio papel en la Historia, sumado al juicio valorativo del pasado, reavivado últimamente por una nueva y pueril tendencia revisionista del análisis de hechos y acontecimientos, fuera de su contexto histórico. En este y cualquier otro ejemplo de valoración historicista, es sencillamente absurdo y estéril valorar los hechos del pasado bajo una perspectiva actual, salvo como frívolo y poco novedoso ejercicio demostrativo de las doctrinas de Hobbes. En cualquier caso, el punto de vista razonalista no se detiene como digo, en el enjuiciamiento valorativo de la Historia; es obvio que este apartado se encuentra cubierto perfectamente desde otro ámbitos académicos consagrados a ello. Desde la perspectiva razonalista, agazapada en la atalaya del siglo XXI, el juicio convencional de la historia no tiene más importancia, que el dimanado del aprendizaje sociológico de los pueblos, que se pueda extraer para no reincidir en errores del pasado, y para alentar los puntos positivos de éste, que propicien la construcción de un futuro mejor. En este punto, la experiencia española, con todos sus errores y aciertos, resulta insuperable dada la riqueza y complejidad de un pasado patrimonial que convierte a nuestros conciudadanos en portadores de excepción, del vasto conocimiento extrapolable de un sinfín de lances y avatares, experimentados en nuestra convulsa interacción con la Historia de la civilización. Es también evidente que esta conciencia sólo podrá adquirirse de forma practica, mediante el cuidado de la enseñanza, y de la expansión y mejora del conocimiento en nuestro país, algo por otro lado desperdiciado hasta ahora en todo su potencial, por los mediocres políticos que han regido y rigen nuestra corta andadura democrática. Pero aún a pesar de ello, la herencia patrimonial es tan sólida que se seguirá manteniendo incólume a lo largo de los siglos, a pesar de la circunstancial y efímera actuación de estos próceres. Nuestro pasado reciente es la mejor prueba de ello. En estos tiempos de desaliento y desanimo, se ha instalada una idea apocalíptica siempre consustancial (y también errónea) a los periodos de crisis, consistente en denostar sistemáticamente la verdadera importancia filosófica que representa España, acrecentada por ciertas espurias opiniones políticas, que desconocen un extremo tan evidente, como el que cualquier ser sometido a la observación del universo, es a la vez tanto lo que él percibe de sí mismo, como lo que es percibido por los demás. Este compendio, en el que no voy a parar a medir porcentajes, es fundamental para comprender nuestra verdadera esencia existencial. En una aplicación práctica y evidente de este argumento, resultaría muy sencillo constatar el valor abstracto de nuestra existencia, a partir de la noción que nuestros vecinos mundiales tienen de nosotros. De entre todos, el conjunto de naciones hispanoamericanas es obviamente, la mejor referencia para demostrar esta tesis. Desde luego ellos saben perfectamente quienes somos, y el término Madre Patria es lo suficientemente explicativo como para no abundar en el asunto. Sea cual fuere su opinión afectiva o ideológica, sobre lo que no existe duda, es sobre la existencia de la misma, bendecida con sus heterogéneas valoraciones. Sería por tanto muy cruel despojar a más de seiscientos millones de personas de esta referencia vital. El espectro se podría ampliar a ámbitos geográficos que nos llevarían a los polos mas lejanos del planeta, acordes a las dimensiones de un Imperio, en el que como bien es sabido, nunca se ponía el sol. Esta realidad, mal que le pese a algunos, es tan sólida por sí misma que cualquier intento por alterarla se demuestra completamente inútil. Muchos argüirán que España existió desde hace seiscientos años, otros se remontarán a Hispania como provincia romana, otros al momento en que España tiene Ministro de Igualdad y Defensor del Pueblo. En realidad, esto es lo de menos. El razonalismo acepta ambas tesis, la de nuestra existencia desde el principio de los tiempos, y la de aquella restringida al inmenso mínimo que supondría su existencia como mera representación. Nuestra existencia es por tanto indiscutible. La interpretación razonalista de esta existencia se rescata de ambas partes, realidad y representación. Ninguna de las dos debe condicionar el futuro proyecto de pensamiento nacional. Es más, ambos planteamientos deben ser aprovechados para reformular nuestro futuro como Nación de referencia en el panorama del pensamiento global. Un pueblo heterogéneo, como consecuencia de nuestra magnífica posición geoestratégica, generada en el pasado a partir de nuestra propia acción expansiva, y que aglutina una experiencia formidable. Nadie con un mínimo de conocimientos podría negar que España está conformada por un millón de sangres, y esto por encima de cualquier otra consideración, es una auténtica bendición para la doctrina razonalista. Es precisamente esta variedad la que ha permitido, que al margen de los pésimos dirigentes que casi siempre hemos padecido, las individualidades hayan conseguido eclipsar la falta de buen gobierno. Actualmente muchas voces claman el desastroso rectorado de nuestro destino común. Menuda novedad. Esto se ha repetido sistemáticamente, y a pesar de ello aquí seguimos, y me atrevo a asegurar que seguiremos hacia delante, a pesar de esta consustancial característica que nos persigue incesante. La razonalización de España se debe formular únicamente a partir de la conjunción ideológica de lo que nos gustaría ser, y de lo que sería más conveniente para nuestro futuro. En definitiva una aplicación práctica de las leyes universales de la mecánica, extrapoladas a nuestra frondosa y a veces dura existencia vital, llegada incluso al extremo de nuestra propia fagocitación. España existirá siempre, pese a quien pese, simplemente porque el bagaje de su aportación filosófica al destino del mundo puede constituir una ayuda indispensable para su propio destino. A pesar de vivir en tiempos de indeterminación permanente, que nadie porfíe sobre la proverbial y famosa determinación española. El que lo haga errará una vez más en su pronostico. El respeto a la Historia de Todos los Españoles avala esta encrucijada razonal.

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